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Los Fracchia

Con Eduardo “Manará” estuvimos juntos desde la niñez, nuestros padres estaban vinculados por algún parentesco político lejano, y una buena relación afectiva fortalecida por la cercanía de sus orígenes piemonteses, quizá la bagna cauda y algunas pastas amalgamaban sus destinos.

Es imposible relatar nuestras vivencias con Eduardo, sin explicar un poco el panorama familiar.
Los Hermanos Fracchia, oriundos de Fellizano Italia, piemonteses de pura sepa, llegaron a instalarse en Córdoba al menos cuatro de varios hermanos, tres mujeres y un varón; Edubige, María, Marina y Rogantino. Construyeron tres casas contiguas en la calle Duarte Quirós de Alberdi. Rogantino, abuelo de Eduardo, vivió en medio de sus dos hermanas María y Marina.

El Papá de Eduardo, Nino, de apodo pero se llamaba Defendente Fracchia, un nombre un tanto extraño

Aquí agrego una perla que, me aportó Yolanda hermana de Eduardo; resulta que el Nono Rogantino ya estaba casado en Italia, y del matrimonio había nacido a Nino, papá de Eduardo, posteriormente nace una hermana a la que El desconoce aduciendo que no es hija suya. El quilombo fue mayor, resultado de esto, Rogantino se viene a la Argentina con su hijo de cuatro años junto a sus  hermanas y Nino no ve más a su Madre. A todo esto en Italia, la hermana desconocida por su padre, con los años se mete a monja y mantiene un diálogo de cartas con la señora de Nino, vía por donde llega una fotografía de la Suora en cuestión, mayor fue la sorpresa al ver que esta se parecía a los Fracchia. ¡Cosas de la vida!.

Volviendo al tema, Nosotros les llamábamos Tíos, por costumbre familiar, a la Tía Marina y al Tío Alberto Lechi, Nonos como les decían sus nietas, a María y su esposo Pascualin eran Tíos, mientras que a Rogantino Don Rogantino, ….así le decían mis viejos, ó Nono Rogantino para los Fracchia.
Aunque en realidad no existía ningún vínculo familiar de sangre entre nuestras familias.
El tío Alberto Lechi, tenía alguna cercanía política con los Bianchi, rama materna del Leone de donde el tío posiblemente sería El.
La relación entre mi abuelo Felipe y ellos se distanció después de la muerte de mi abuela Rosa Bianchi, allá por el treinta y cuatro.

Radicados estos en Alberdi desarrollaron su vida a la costumbre italiana. Las tres casas se construyeron tipo chorizo, una pieza después de la otra, con puertas que las comunicaban, una galería, un  gran parral al costado, que daba una fresca sombra en verano, el baño en el fondo y el infaltable sótano.
Como al estilo de las viejas familias. Las casas estaban unidas al fondo por puertas sencillas que permitían una vida muy mezclada. La famiglia unita.
Cuando las familias fueron creciendo y quizá por algunas diferencias, de esas que nunca faltan, estas puertas se fueron cerrando, y así la independencia fue mayor.

 En los sótanos, cada uno hacía celosamente su vino, por supuesto a la costumbre Italiana, menudos problemas debían sortear ante el nuevo clima cordobés, las cosas no salían muy bien, y algunas veces salía vinagre, pero igual lo tomaban, como buenos  piamonteses, no iban a torcer el brazo... mmmm buono il vino, questo é meglio che´l Tuo.

El Tío Alberto tenía una carnicería, de aquellas en que la media res se colgaba con un aparejo de soga, la carne se despostaba con cuchillo y cierra de mano, esas de arco, de unos ochenta centímetros de largo. De frente un mostrador de hierro hecho con planchuelas y ángulo, tenía algunas figuras en círculos, adornando la estructura. Arriba se destacaba una mesada de mármol blanco, una balanza de platos vidriada  y un cajón con varias pesas. Recuerdo que siempre había una fuente con la carne molida, a la que sin que me viesen sacaba un puñado para comer. A lo largo de la mesa tenía una madera gruesa donde se cortaba la carne, con una ranura por donde corrían las sierras de mano y un ventilador de techo en medio del local, de esos con el motor a la vista y largas palas.
Aún veo en mi recuerdo, el aparejo de soga a la izquierda atrás de la puerta, una escalera de madera de dos peldaños, el mostrador pintado de blanco, y una tarima en donde se paraba el Nono Alberto, la heladera contra la pared posterior y allá por los sesenta incorporó una sierra sin fin.
En el sótano estaba la máquina de moler carne con un gran volante, donde perdió un dedo la Tía Albertina, de traviesa nomás, y una encorchadora de botellas.
La Nona marina siempre vestía de negro, por algún luto pasado presente ó por venir, pero no la recuerdo con otro color de ropa.
De esa pareja nacieron dos hijas, las tías Nina italiana y Albertina de gestión nacional.
La tía Nina se casó con Antonio D´Elia mi tío hermano de mi vieja, la Nélida, y así pasamos a ser primos “de en serio” con las chicas D´Elia Cristina, Susana y Mirta-

María y Pascualín Poggio tuvieron dos hijos Irma y Mario, este se casó con Noemí un personaje que revolucionó a los viejos gringos. El Tío por su parte, se dedicó a la construcción de casas y con su tradicional bicicleta con porta equipaje, iba y venía todos los días.
Rogantino Fracchia, Vivía con su hijo Nino y su nuera la Chicha, padres de Adriana, Eduardo y Yolanda.
Por aquellos años El Nono estaba retirado de la labor diaria, solo atendía su quinta en un terreno de la cuadra anterior, de unos veinticinco por cincuenta metros. Llevaba su cinto por fuera del pantalón un poco más debajo de las presillas que dejaba aparecer el borde como hojas de  repollo. En esa quinta con Eduardo hacíamos todas las travesuras imaginables.
Traspasando la puerta de madera, atada con una cadena y candado, estaban las plantas de  granadas, luego el consabido pico de agua y un tanque de cemento medio roto, allí se juntaba el agua para el riego,  en las siestas cuando el Nono Rogantino dormía, llegábamos Nosotros, Comíamos todo lo que encontrábamos, rabanitos, pimientos tomates y zanahorias. Todavía recuerdo que no debíamos lavarlas en el estanque de agua, ya que embarrábamos el agua. Encontrábamos de todo naranjas, mandarinas  y  al fondo unos tunales, que con cuidado comíamos.
Hera una aventura pasar un par de horas allí, hasta que volviese el abuelo, que en realidad era muy piola. Pero como todas las cosas, aquello terminó, allá por los años cincuenta el Nono Rogantino murió y al poco tiempo  la quinta se terminó.
Nino por su parte, fue todo un personaje, fuerte, trabajador  y esquematizado, rígido en sus pensamientos, había trabajado en Goldman una casa de refrigeración, para ese tiempo ya estaba independizado en el oficio y con su chata Chevrolet del veintisiete, era más conocido en el ambiente que Gardel,
Muy amiguero le gustaba contar cuentos, los que se anotaba y al pasar por la puerta de sus clientes, bajaba le contaba algún cuento, y luego seguía en su recorrido.
Un tipo muy ordenado y responsable, en la época de invierno desarmaba su chata y la reparaba totalmente, tenía tres motores que cada dos ó tres años los cambiaba; su chata siempre estaba lista para salir. Lo único que en invierno te cagabas de frío.

No puedo precisar bien el modelote la chata, 1926 ó 27, solo recuerdo que en ese año el sistema de dínamo y arranque cambió a uno más confiable, motivo por el cuál Nino le cambió el motor. El tanque de nafta estaba instalado arriba del carburador abajo del torpedo, y alimentaba por gravedad al carburador, cuando el flotante no cerraba bien el carburador perdía nafta cuando el motor estaba parado,  El le instaló una válvula de refrigeración para el corte de combustible, a nivel de piso, delante del asiento del acompañante; cada vez que arrancabas el motor la abrías con el pié. Sistema sofisticado de seguridad, si no la conocías te podías pasar todo el día dando arranque y el motor no andaba. Un sistema no patentado de seguridad!.

Acostumbraba ir al cine una vez por semana y allá iba con la Chicha en la chata.
Tan estructurado fue para todo que incluso la chata se hizo carne en él, a tal punto que nunca quiso cambiarla por otro vehiculo más moderno.
En su taller, pasto para nuestras travesuras, podías encontrar lo que fuese con los ojos cerrados, tenía un lugar para cada cosa, perfecto y ordenado como El. Colocaba las ranuras de los tronillos de los motores siempre derechas, si lo desarmabas, se daba cuenta.
Mientras tanto nosotros íbamos creciendo, vinieron los tiempos de Cabana y allá por los sesenta y algo, encontrado otra forma de hacer cagadas; por las siestas le sacábamos la chata a Nino para pasear,  la largábamos en bajada y arrancábamos el motor algunos metros más abajo. La zona de la escuela Roma era nuestra pista de pruebas, había pocas casas en ese tiempo; cuando estimábamos que Nino se levantaría, la llevábamos de vuelta y estacionábamos con el motor parado para disimular las cosas.
Nino nos apoyaba en todas nuestras ideas de inventores Pardalescos, mientras no despelotáramos mucho el taller…. Y decía Haaa, estos changos, pero siempre muy cariñoso.
Algunos domingos Nino alistaba la chata con unos bancos y partían a visitar los parientes de Malagueño, de donde era la Chicha.
Los Barrales, sus parientes, eran una familia muy grande, entre hermanos, tías y sobrinos parecían una multitud,  algunas veces yo también era de la partida.
El itinerario se repetía siempre, antes de llegar visitábamos el cementerio llevando las flores de la casa, llegando a eso del  al medio día. Ya en el pueblo, nos juntábamos con el primo Omar, una máquina de hacer cagadas, y entre los tres visitábamos las canteras y los juegos del parque, recuerdo que se nos dio vuelta un barquito de madera, y casi nos parte la cabeza.
Ya al atardecer  a eso de las cinco bajábamos las cortinas de la caja trasera, las tías se colocaban un pañuelo en la cabeza y emprendíamos la retirada.

Nino, tomaba mate cocido en las meriendas, pero eso sí con un poco de vino, le gustaba la caza y la pesca, en los fines de semana de temporada preparaba los enseres y se encaminaba al campo.