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Alto Alberdi?

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Entre Amigos Tomás y Rodolfo

Como en todo lugar y en todo tiempo, existen historias barriales que enriquecen y alimentan la cultura de los pueblos, ocurre sistemáticamente; solo que en este caso se trata de nuestra propia historia, la de nuestros recuerdos, que a lo largo de los años un par de amigos atesoramos y de tanto en tanto desempolvamos para disfrutar de los recuerdos, entre mates, vinos y asados.
Como en todo grupo de amigos, siempre está el mayor y el cola de perro, el más chico,  Tomás y Yo, Rodolfo, somos las puntas cronológicas de este grupo, que el destino nos permitió continuar la amistad a través de la vida. Apoyados en la memoria de Tomás que parece un baúl sin fondo y en la mía que no se queda atrás dejaremos plasmados los recuerdos como homenaje a nuestro tiempo juvenil.
Tomás dice así, Me he decidido, a instancias de mi “primo “Rodolfo a contar, historias de nuestra niñez y juventud, ocurrida en Alto Alberdi. Según sus dichos, siempre le costó escribir lo que pensaba o quería decir; lo cierto es que hoy peinando canas y a los postres, de una reconfortante cena,  vamos soltando el cuerpo como quien no quiere la cosa, contra el respaldo de la silla, esquivando con la mirada, los cogotes de  algunas botellas de vidrio grueso, que medias vacías yacen en retirada sobre el mantel. A Tomás se le achican los ojos como puñalada de tarro, dejando ver allá en el fondo un brillo parpadeante, y es allí en ese momento, cuando comienzan a florecer los recuerdos, Che Rodolfo te acordás de aquella vez cuando estábamos… ó salgo Yo con,….. Todavía me parece estar viendo aquella tetona que vivía a la vuelta de….. Así pasa el rato, que para nosotros sin dudas resulta divertido, pero quizá un plomazo para los demás comensales, que solo les queda observar a estos dos locos vehementes que entre carcajadas, gestos y manos en la cabeza navegamos en viejas narraciones sexagenarias.
Los hechos nos sitúan, entre los años 50 al 70 en la zona de Alto Alberdi, otrora barrio la Toma,  allá por Duarte Quirós al tres mil, barriada por donde transcurrieron hechos que prendieron fuego en nuestros corazones, los que mantienen aun el calor de aquellos años de juventud.

Allá quedaron anclados como señuelos los barriletes que el viento mantuvo en vuelo, a donde volvemos de tanto en tanto, para abrevar en nuestros orígenes y así reafirmar nuestros rumbos.
Allí amasamos nuestros anhelos, nuestras ilusiones, allí soñamos con el pecho erguido los rumbos más ambiciosos, todo era posible, todo, incluso el hoy, ¡nuestra amistad! con sabor a vino, con sabor a viejo, con sabor de abrazo, con sabor de hermano.

Con la intensión de no aburrirlos a los postres de algún asado, compartiremos con Ustedes anécdotas en la palabra escrita, tesoro viviente que el tiempo no apagará, haciendo nuestras las palabras que alguna vez escuchamos Solo moriré cuando muera el último recuerdo de mí.

La mística y la fantasía de los recuerdos mejora con el tiempo como los buenos vinos, que como las monedas, los relatos también tienen dos caras, ¡esta es la nuestra!, nuestras anécdotas, basadas en los acontecimientos vistos bajo el punto de vista de dos jóvenes, que hoy abren el baúl de los recuerdos en rueda de amigos con cariño y la mejor intensión, por lo que algunos nombres de los personajes mencionados, pueden ser cambiados para evitar complicaciones.

En Alto Alberdi de aquellos tiempos la Duarte Quiroz era todavía de tierra, acostumbraban  los vecinos a sentarse, por las tardes en la puerta de sus casas ¡a la fresca! sacaban los sillones de mimbre, aprovechando la ocasión para conversar y saludarse. La relación era casi familiar, amena y respetuosa aunque nunca faltaban los comentarios en voz baja y mirando para abajo y tapándose la boca con disimulo.
Duarte Quiroz era una calle ancha, casas con grandes veredas, grandes árboles  y jardines que algunos vecinos extendían en sus veredas, también se encontraban algunos  con bancos de piedra y ligustros,  donde algunos novios desaparecían y los más chicos durante el día nos escondíamos en nuestras andanzas.

Por aquella época el camino a La Calera atravesaba nuestro barrio, serpenteando, entre las calles Dean Funes, León Pinedo, Caseros, Maestro Vidal, desembocando en camino a Don Bosco, donde estaba la estación de servicio de los Porta, hoy continuación de Duarte Quiros, aún quedan algunos carteles de hierro indicando alguna curva del camino como si se tratase de alguna localidad serrana.
Esta ruta sin duda había generado un centro comercial de importancia, coincidiendo con el final del recorrido del tranvía dos que daba la vuelta en Veintisiete de Abril y León Pinedo.

En otros tiempos esta era zona de quintas, organizadas con un sistema de riego por canales; de allí el nombre La Toma.
En aquella época todavía se podían ver restos de los canales de riego que hacían nudo de derivación, justo en la esquina de Maestro Vidal y Don Bosco, allí había una salida por maestro Vidal hacia abajo y otra continuaba por Duarte Quirós pasando frente Bertucci, D´Elia, Porta y Herrero, continuando en la siguiente cuadra.
Si bien las quintas habían desaparecido con el avance del caserío, estos canales aún estaban visibles, en aquellos años,  especialmente en los sifones para el cruce de las calles. Bastaría con cavar en frente al monumento de Don Bosco para descubrir restos de aquellos acueductos históricos.

Calle abajo por León Pinedo, encontramos, la calle Caseros en esta esquina doblaban los Leyland, colectivos de la línea seis de la CATA; con una paraba justo al frente del Sanatorio Alberdi, altura 2930 aproximadamente, en la esquina la farmacia de don Jacobo Urovich; al frente el dispensario al lado el Dr. Vaquiani, verdaderas referencias de aquellos tiempos. En la otra esquina doblaba el tranvía dos, justo en Veintisiete de Abril, esta esquina había tomado mucha importancia, representaba un verdadero centro comercial del barrio, la ferretería de Carivalli, en frente el legendario quiosco de revistas de Don Carballo, la tienda Atti, y pegado el bar con grandes ventanales y la peluquería de Gorga,  con su clásico esterilizador de navajas y tijeras que parecía un marciano plateado, el cartel de Glostora y ese típico tubo con rayas oblicuas amurado al frente; siguiendo por la misma vereda la comisaría once, otra ferretería una tienda y tantos negocios más, al frente la tintorería del japonés, todo esto sobre la león Pinedo.
Un poco más arriba, la panadería La Valenciana, y como para olvidarla, tenía una hija a punto caramelo que reventaba la tierra,  todo era impecable, estilo europeo, mostradores de mármol, una caramelera con tubos de cristal llena de caramelos alargados envueltos en llamativos colores y el azúcar brillante de las gomitas de mascar, me parece estar viendo las típicas bananitas de color amarillo claro, las gallinitas rellenas de licor; las masas, un verdadero lujo para el barrio.
En frente estaba la carnicería de Nardulia, única de Alberdi con cámara frigorífica, infaltable a la puerta El Horacio, con un par de jugadores menos en el banco, vestido con jardinero azul, siempre atento para saludarte y preguntarte Che pibe, A donde Vas? Ó que hora es.
No podemos dejar de nombrar al Mono Relojero Moscardini gringo llegado en los años cincuenta y en la otra cuadra, la panadería la Robai, y el almacén de los Genrre.

Calle destacada si las había, allí estaba el cruce del Tranway, ícono de la época, los Leyland, la línea “E” generaban una suerte de ombligo del barrio. Sumada la calle Dean Funes al dos mil ochocintos por donde estaba del Cine Select  el bar de Los Porteñitos. La casa de fotos, el Kerosenero De La Fuente y la bicicletería de Bralisch.

Al barrio Alto Alberdi no le faltaba nada, en un radio de pocas cuadras se encontraban la iglesia, escuela, plaza, dispensario, bares, policía, biblioteca, médicos, partera, músicos y cantantes, sin olvidar las proveedurías, el kerosenero, la carbonería, la forrajearías,  incluido un tambo, estaba todo al alcance de la mano. 

Tomás

Me he decidido, a instancias de mi “primo “Rodolfo a contar por medio de estas líneas, tomándome el atrevimiento de hacerlo por escrito, historias de nuestra niñez y juventud, ocurrida en Alto Alberdi.
Digo el atrevimiento, pues en muy pocas oportunidades en mi vida salvo dos o tres cartas, y de todo lo técnico medico, necesario para el desarrollo de mi profesión, jamás me he tomado el trabajo de de plasmar en papeles lo que pensaba o quería decir.

Alto Alberdi, el solo nombrarlo me traslada a aquellos años, en los que libremente crecíamos bajo pautas claras y sencillas, respeto y amistad por sobre todas las cosas, reglas básicas que los viejos nos daban, mientras cumpliéramos con el colegio el resto se acomodaba. Con una mirada retrospectiva diríamos, una Infancia feliz, crecíamos con amor, cariño de nuestros padres,  y de sus amigos avenidos en tíos del cariño.
Éramos familias de nivel medio que no vivíamos en la opulencia, pero gracias a Dios, en aquellos años gozamos y disfrutamos de un bienestar poco usual.
En nuestra casa Tristán, mi padre, quien se desvivía por sus tres hijos, había hecho instalar juegos infantiles como hamacas, tobogán, sube y baja y además contábamos con bicicletas, coches a pedal, remo ciclos, sulky ciclos teníamos además  toda la parafernalia de juegos infantiles que se pudieran conseguir en esas épocas.
Había modas o temporadas en los que algunos juegos se                     predominaban sobre otros: algunos meses sobre todo los ventosos sobresalían los barriletes. Tristán era el hábil personaje que los confeccionaba con rara habilidad, pues no era fácil hacerlos, había que conseguir las cañas adecuadas en cuanto a madurez, rectitud y tamaño de las mismas, de acuerdo a si se hacia un papagayo, una estrella o u medio mundo, los mas comunes, pero había otros mas sofisticados, además no existían como ahora vendedores de barriletes hechos como en serie.
El confeccionar uno de estos artefactos por parte de papa era toda una ceremonia, hacer el engrudo con que se pegaba el papel (no debía quedar empachado)

Pasaje Mordini

Este pasaje se cortaba en sentido de Duarte Quiroz al topar con lo de Bertuci, justo en esta cortada, teníamos nuestra sede de operaciones, allí hacíamos nuestros partidos de fútbol, quemábamos yuyos en San Pedro y San Pablo jugábamos al trompo, y todo lo que la imaginación de aquellos amigos  surgiese.

Usina de de historias, que conectadas como telaraña, provocaron una reacción en cadena forjando los pétalos  de aquella flor que  como perfume al aire nos hizo volar y crecer.

Rodolfo