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El Ford T

Con afinidad manifiesta a los fierros, siempre soñé con tener un auto y al cumplir dieciocho años mi deseo se cumplió.

El Ford “T” del 27
Era costumbre en aquellos tiempos, festejarle a los varones el cumple de dieciocho y a las mujeres a los quince. En mi caso no quise fiesta y en cambio insistía con tener un auto viejo, cosa de locos; un día en nuestras recorridas de bicicletas por el camino viejo del Chateau Carreras, vimos con Manará la figura esbelta de un Ford “T” al que no dudamos hacerlo parar, el Sr. Puiatti, nos miró como preguntando que? Le dijimos, Lo Vende?  luego de segundos interminables, el señor dijo puede ser!, cuanto pide? y.. no sé .. Cuarenta y cinco, ….miles,…. si claro!. esta cifra no nos decía nada, ni idea teníamos del monto, pero ya estaba, lo habíamos encontrado, solo faltaba decirle a la vieja!.

Por aquellos años la cosa en casa no estaba muy fácil que digamos, pero como de costumbre, los viejos hicieron un gran esfuerzo y me lo compraron. Recuerdo que tuvimos que llegarnos hasta Corralito, cerca de Río Primero, para hacer los papeles, a donde fui acompañado por Don Rigotti vecino de casa.

Habiendo cursado el colegio industrial no dude en desarmarlo todo, y poco a poco con la ayuda del Abuelo Felipe con las molduras de madera,  Manará siempre a mi lado y las finanzas del Leone, lo restauramos completamente; incluyendo los rayos de madera de las ruedas que por aquel tiempo habían comenzado a aflojarse. Fue como tocar el cielo con las manos, ¡ya teníamos independencia!, en el llegábamos a Cabana con nuestras novias, la cosa era completa, auto, juventud y tiempo, todo estaba de nuestro lado, Que tiempos aquellos!.

La Duarte Quirós era nuestra zona de acción, nos desplazábamos llenos de amigos, que para estar de farra nunca faltan, este viejo Ford “T” fue el corcel en donde enancamos a todas las chicas del barrio, especialmente a las del Colegio San Luis Gonzaga donde concurría Ana María con quien a los pocos años me casé.

El viejo auto había pasado a ser una extensión de nuestro cuerpo, los programas para salir a bailar ó noviar nunca faltaban, claro solo en las manos de Eduardo Fracchia y las mías, la guitarra y el auto no se prestaban.

Recuerdo que una vez se nos ocurrió llegarnos a Copina para ver el Raly, muy temprano partimos cinco amigos con todo lo necesario para comer un asado y pasarla bien, ya en la trepada después de Cuesta Blanca, el gentío amuchado aplaudía nuestro paso. Por la tarde, nos llegamos a Carlos Paz y grande fue nuestra desesperanza cuando por el camino de regreso vimos que una rueda estaba pinchada y nuestra rueda de auxilio sin cámara, la audacia había sido mayor que la previsión, de pronto recordamos algunas de las anécdotas de estos viejos autos y haciendo honor a ellas, llenamos de yuyos la cubierta por dentro y con mucho esfuerzo logramos cerrar el aro partido y armarla; anecdótico fue cruzar por el centro de la villa con la rueda llena de flecos, de los yuyos que afloraban por el aro de la llanta.

Anécdotas como estas se presentaban a menudo, enriqueciendo el baúl de los recuerdos que cada uno de nosotros fue atesorando en la vida.

Por esos tiempos también disfrutábamos de la chata de Nino su papá, que bajo condiciones de no romper nada nos prestaba.